viernes, 3 de mayo de 2013

Esperanza



Era la hora. Me hundía en el crepúsculo. Finalmente, luego de mi lucha interna, me encontré frente a ti. Sentía que mi corazón bombeaba más fuerte. Que ese suave movimiento, ese baile conjunto, sístole y diástole, iba a terminar en desenfreno, en punto de quiebre. Sentía el recorrer de la sangre a través de mí. Finalmente, estaba allí, frente a tu tumba.

Esa piedra granita gris, retocada con sencillez, no tenía ningún epitafio largo y vacio. Sólo el recuerdo de los vivos que te extrañaremos, de quienes te amaremos por siempre quizás. ¿Certeza de un más allá? Nadie lo sabe. Quiero creer en la infinitud de la existencia. Que a pesar de lo finito de la vida, la existencia se dilata hacia la infinitud del alma. Me aferro a la creencia que nos encontraremos nuevamente con el pasar de las lunas.

Me postro ante tu tumba y mis uñas rasgan el manto de tierra. Me invade una sensación de odio y tristeza que resulta perturbador. ¿Puedo culpar a alguien por alejarte? ¿Dios obra de formas misteriosas? ¿Destino acaso? Ciertamente, tengo conciencia de la Muerte lo que me pasa es que el Amor que tengo hacia ti no acepta tu partida… aún con el pasar de los años.

Ese abeto que yace tras tu túmulo ha sido el testigo silencioso, tu compañero eterno a través del sendero de la Muerte. Fue mi regalo hacia ti, fue todo lo que pude darte luego de las fatídicas horas de enterarme de la noticia de tu partida. No pude acompañarte en tu agonía, aunque tus Sirvientes me dijeron que mantuviste la calma y la paz sobre tu lecho. Ninguna cicatriz dejó el Hado sobre tu hermoso rostro.

Y las lágrimas no tardaron en aparecer. Tal vez tenían tiempo surcando mi rostro pero recién me doy cuenta. Es hora de confesar lo que mi alma aún siente. En vida, siempre fui tu amigo, confidente… cobarde, quizás. Te alejé para no hacerte daño mientras me hacía el mayor de los daños a mí. Ahora es tarde, lo sé. Han pasado muchos años luego de tu partida y aún ese sentimiento vive como si no te hubieras ido.

Ya la luna aparece en el horizonte. A ella pondré por testigo: Te amé, te amo y te amaré por siempre.

¡Adiós! Nos veremos otra vez…

Es mi esperanza.

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