miércoles, 21 de agosto de 2019

¡Xenofobia! – gritó el Paisano.




No me gusta generalizar. Es una actitud simplista. Pero no me dejan de otra. Ésta imagen tiene muchísimo tiempo rodando por las redes sociales y, emitiendo la  opinión que nadie me ha pedido, me parece una total basura (no quise usar mi francés).

Véanla bien. Analícenla. Párense a pensar un poco. ¿No les parece cargada de estereotipos, de soberbia y de rabia? A mi me lo parece.

Durante los últimos cinco (05) años, una cantidad inmensa de venezolanos se ha visto en la obligación de salir del país por motivos económicos y sanitarios. El hambre y la falta de medicinas han obligado a salir a muchos. Algo que nunca se pensó que iba a ocurrir en ésta “Tierra de (des)Gracia”. El venezolano nunca imaginó verse forzado a migrar. Está pasando. Seguirá pasando por un tiempo más. El gran problema es que como nunca imaginó tener que salir del país sino solo a vacacionar, ahora se enfrenta a las realidades de los países que están sufriendo el movimiento migratorio criollo. Pero no es lo mismo estar en un país de vacaciones que estar como un desplazado.

Entiendo la situación. Yo mismo estuve por fuera un tiempo y, si me regresé, no fue porque extrañara Venezuela sino porque las circunstancias me obligaron.

Y mi experiencia afuera lo que hizo fue darme cuenta que el criollo es un arrogante, soberbio, pantallero y, como no, xenófobo. Uy, suena duro esa palabra ya que “los xenófobos” son lo demás ¿cierto? No, señores. El criollo es xenófobo. Arriba está la imagen. A las pruebas me remito.

El venezolano es bueno en ver “la paja en el ojo ajeno”. A pesar de que durante los años 40 y 50 del siglo XX Venezuela recibió “con los brazos abierto” a una gran cantidad de migrantes Europeos, el trato general del criollo hacia ellos fue irrespetuoso. Yo mismo, estando más chamo, lo hice. Lo que pasa es que lo ocultamos con el “es jugando”, “es por cariño”, “es echando broma” ¡es que somos tan “chalequeadores”!

¿Acaso olvidamos cómo nuestros programas cómicos como Radio Rochela o Bienvenidos se burlaban de los extranjeros? ¿Qué no los españoles eran todos gallegos y brutos como Manolo? ¿Qué no todos los portugueses eran dueños de Panaderías o Charcuterías? ¿Qué no todos los árabes son avaros y codiciosos y eran dueños de mueblerías? Vuelvo y repito, miren la foto de arriba. Eran los estereotipos de los extranjeros en Venezuela. ¿Por qué tuvimos que simplificar? ¿Por qué nos burlábamos? ¿Por cariño? ¿Por echadera de broma? ¡Sigan creyendo!

Ahora que nos tocó migrar, lamentablemente, se ha exportado un patrón de conducta: El venezolano no respeta las leyes del país que lo acoge, se cree más que los demás, quiere hacer lo que le da la gana y, cuando lo llaman a capítulo, grita ¡xenofobia!

¡No, señores! Que un país ponga sus reglas no es xenofobia. Que un país no te permita mal comportamiento, que no te permita violar la ley o evadir impuestos, tener que pagar el costo real de los servicios, trabajar un horario extendido, exigir tu documentación legal… no es xenofobia. Si se dan casos, pero no es general. La mayor cantidad de las quejas es de la gente que emigró porque “aquí están mal las cosas”  pero ellos quieren seguir haciendo lo mismo que hacían mal aquí.

Y para que vean que sí es xenofobia y clasismo, hasta ahora no he visto al primer migrante criollo en EEUU quejarse de explotación laboral, de tener que trabajar hasta 18 horas al día... ¡Porque es EEUU! En cambio con los otros países de América Latina…

Tristemente, el criollo carece de eso que llaman humildad. Venezuela le debe mucho a la ola migratoria Europea del siglo XX. Esa gente llegó a crear las grandes empresas que aún existen hoy día. Hay que reconocerlo.

No sigamos pretendiendo ser víctimas. A nosotros no nos deben nada. Si nos toca salir, respetemos. Sólo debemos luchar porque se nos reconozcan los derechos establecidos universalmente. Nada de privilegios. Humildad y respetar las leyes de los países que nos recibe es un buen comienzo. Ya basta de etiquetar y simplificar. Seamos abiertos al nuevo país, aprendamos de su cultura y de su gente. Nada de obligarlos a comer arepas y tequeños y de decirles que tenemos las mejores playas del mundo. Sin importar la circunstancia que nos obligó a salir, seamos abiertos a lo nuevo. Y, como primer paso para combatir la xenofobia y el clasismo, reconozcamos que también lo fuimos y podemos seguir siéndolo, aun estando afuera.