Luna silente, siempre fuiste
testigo de mis penas. En esas noches solitarias cuando la estridencia del
silencio mortificaba mi mente y el gélido viento helaba mi sangre; donde luego
de la pelea, lleno de heridas y en medio del valle, podía ascender mi mirada y
contemplarte. Siempre estuviste ahí.
Distante pero nunca ausente.
Muchas veces escuchaste mis
lamentos, otras veces mis canciones. En la eterna soledad mundana siempre sentí
tu presencia. Mis viajes por los bosques y planicies nunca estuvieron lejos del
calor de tu luz omnipresente. Durante esos momentos, tal vez desvariando o
quizás soñando, me pareció ver tu alma etérea junto a mí, posando tus brazos
sobre mis hombros entrelazándolos con mi cuerpo, en un abrazo reconfortante que
ahuyentaba los inviernos gélidos convirtiéndolos en primaveras nevadas.
Pero una noche oscura, donde solo
el brillo de las estrellas tapizaba los cielos no te encontré. Busqué en todas
direcciones: Al boreal y al austral, al oriente y al poniente, sin ningún
rastro tuyo. Mi corazón latía con exagerada fuerza, mis labios maldecían a la
Diosa del Infortunio ¿dónde te encontrabas? Y de repente, en lontananza te vi
venir; ya no en la forma en la que estaba acostumbrado verte ¿Cómo te reconocí?
Cuando dos corazones solitarios se entregan el uno al otro, la esencia se
reconoce de inmediato, el lazo ya había sido creado.
Corrí a tu encuentro. Tu pálida
piel irradiaba un brillo que opacaba a las estrellas del firmamento. Tu cabello
azabache era la pareja del viento en esa danza de media noche. Tus ojos… esos
ojos oscuros de profunda serenidad me miraron y me detuve, paralizado; pero
luego una sonrisa se dibujó en tu rostro. Supe que me entendías perfectamente.
Pude acercarme a ti. Cuanto más me acercaba, más temor sentía. A pesar de que
no había nada que recelar, ya que conocías todas mis vivencias y deseos, tu
sola presencia intimidaba. Y las vi: Tus alas extendidas. Supe que venias a
salvarme. Ya nada impediría que estuviéramos juntos… y corrí… y me abalancé
sobre tu cuerpo. Tiernamente me abrazaste, recordé la calidez de tu luz. Sin
mediar palabra nuestros labios se fusionaron en un beso donde la mesura y la
pasión, la inocencia y lujuria, alternaban los estados de esos dos seres rodeados
de almas y al mismo tiempo tan solitarios, que se encuentran al final del
camino, en níveos prados, y deciden acompañarse en ese largo camino al Paraíso.
Y ahora sé que mi cabeza yace
sobre tus piernas. Seré tu Guardián y tú serás mi Refugio. Cúbreme con tus alas
y yo te defenderé con mis colmillos y
garras. Y un día llegaremos a esa tierra prometida, donde mi forma
humana será permanente y podré amarte hasta el fin de los tiempos, cuando la
tierra reclame mis cenizas.
Excelente!...Espero que sigas escribiendo mas cosas asi
ResponderBorrar¡Gracias por tu comentario! Me gusta que te guste. Bueno, seguiremos intentando ;)
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