lunes, 27 de mayo de 2019

Con la Economía hemos Topado - Arturo Uslar Pietri (1992)

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Desde la Edad Media y en los albores del Renacimiento la actividad económica más importante se centró en algunos lugares a los que periódicamente concurrirán los campesinos con sus productos y los compradores de las ciudades para adquirirlos. El historiador francés Fernand Braudel ha dedicado trabajos monumentales al estudio de cómo se crearon allí los mecanismos fundamentales del intercambio económico y, en cierta forma, las características del mismo.

Era un lugar privilegiado de encuentro y pugna, alrededor de los precios, entre los vendedores y compradores, como resultado del cual se estaba seguro de que terminaría por prevalecer, para cada producto, el precio más cercano a lo justo entre las aspiraciones contrarias de las dos partes. Así nació el capitalismo, que no fue fruto de ninguna elucubración ideológica sino de la evolución espontánea de procesos casi naturales que la sociedad fue formando, azarosamente, para encontrar el modo más adecuado de satisfacer sus necesidades.

Desde luego, ese hombre de capitalismo hoy casi malsonante fue un creación de Marx, quién si era un pensador y un ideólogo, para oponerle, como visión futurista la posibilidad de un mundo socialista donde la producción y distribución de los bienes no estuvieran regidas por la simple y natural lucha de la oferta y la demanda, sino por la intervención d un estado omnipotente y justo que tomaba a su cargo todo el fenómeno económico  sin tener para nada en cuenta sus características históricas.

Mediante esos simples mecanismos naturales del mercado se alcanzaron los inmensos logros de la moderna economía y la humanidad presenció asombrada su crecimiento inesperado de la capacidad de producir riquezas. Adam Smith, que no fue un ideólogo, se limitó en su gran obra, La riqueza de las naciones, a describir ese mecanismo nacido de la realidad con la misma minuciosidad con que un entomólogo describe las costumbres de una familia de insectos. Se puede decir que así como ha existido una economía marxista fundada en un pensamiento abstracto, nunca ha habido nada que pueda llamarse una economía “adamsmithcista” imaginada por alguien.

Los sucesos del mundo en la última década, que culminaron con la disolución de la Unión Soviética, el fin del comunismo y el fracaso económico d la Europa oriental, si algo han puesto de manifiesto de manera evidente es el fracaso generalizado y repetido de la tentativa socialista de reemplazar las relaciones de mercado, naturales y tradicionales, por sistemas pretendidamente más racionales y justos de producción y distribución de la riqueza. Sería pueril pensar que Adam Smith derrotó a Karl Marx, porque el fracaso de la economía marxista se debió exclusivamente a su sistemática pretensión de reemplazar los mecanismos que de manera simple, la sociedad había creado para producir y distribuir riqueza por esquemas ideológicos que parecían más justos y prometían permitir mayor felicidad y prosperidad para todos.

No ha sido así y por esos ha habido un abandono masivo en el mundo actual de las políticas económicas estetizantes y socializantes, que han demostrado no ser capaces de producir la abundancia y el bienestar social que los viejos sistemas tradicionales trajeron a los países prósperos.

De esto se han dado cuenta los pensadores políticos económicos más prestigiosos del mundo y si algo caracteriza esta hora es el abandono generalizado de los esquemas económicos del socialismo y un regreso franco a los sistemas simples de la economía de mercado.

En la América Latina, como en la mayor  parte del llamado Tercer Mundo, por muchos motivos, la ideología política predominante en el último medio siglo ha sido precisamente la de una mayor intervención del  Estado en la economía, la de la sustitución de las relaciones normales de producción y distribución por organizaciones gubernamentales, cuyo resultado ha sido, casi sin excepción, el fracaso económico y social de los planes de crecimiento de esos países.

La insistencia con que los dirigentes políticos de la América Latina se aferran a esos dogmas, que han dirigido la experiencia histórica del último siglo, constituye uno de los factores más negativos para cualquier posibilidad seria de recuperación y crecimiento. Podríamos decir, parodiando a Don Quijote, “con la economía hemos topado”. Da la impresión de que a los políticos latinoamericanos les cuesta mucho trabajo abandonar ese caparazón ideológico dentro del cual pudieron vivir con relativo éxito político durante largos, pero sería trágico que esa ceguedad persistiera y que, a pesar de que evidentemente hemos topado con la economía, pretendieran seguir haciendo caso omiso de las leyes y peculiaridades de la economía real para seguir  entregados al empeño frustrante de que hay otra manera mejor de producir y distribuir riquezas y crear progreso colectivo.

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