No me gusta generalizar. Es una
actitud simplista. Pero no me dejan de otra. Ésta imagen tiene muchísimo tiempo
rodando por las redes sociales y, emitiendo la
opinión que nadie me ha pedido, me parece una total basura (no quise
usar mi francés).
Véanla bien. Analícenla. Párense
a pensar un poco. ¿No les parece cargada de estereotipos, de soberbia y de
rabia? A mi me lo parece.
Durante los últimos cinco (05) años,
una cantidad inmensa de venezolanos se ha visto en la obligación de salir del
país por motivos económicos y sanitarios. El hambre y la falta de medicinas
han obligado a salir a muchos. Algo que nunca se pensó que iba a ocurrir en
ésta “Tierra de (des)Gracia”. El venezolano nunca imaginó verse forzado a
migrar. Está pasando. Seguirá pasando por un tiempo más. El gran problema es
que como nunca imaginó tener que salir del país sino solo a vacacionar, ahora
se enfrenta a las realidades de los países que están sufriendo el movimiento
migratorio criollo. Pero no es lo mismo estar en un país de vacaciones que
estar como un desplazado.
Entiendo la situación. Yo mismo
estuve por fuera un tiempo y, si me regresé, no fue porque extrañara Venezuela
sino porque las circunstancias me obligaron.
Y mi experiencia afuera lo que
hizo fue darme cuenta que el criollo es un arrogante, soberbio, pantallero y,
como no, xenófobo. Uy, suena duro esa palabra ya que “los xenófobos” son lo
demás ¿cierto? No, señores. El criollo es xenófobo. Arriba está la imagen. A
las pruebas me remito.
El venezolano es bueno en ver “la
paja en el ojo ajeno”. A pesar de que durante los años 40 y 50 del siglo XX
Venezuela recibió “con los brazos abierto” a una gran cantidad de migrantes
Europeos, el trato general del criollo hacia ellos fue irrespetuoso. Yo mismo,
estando más chamo, lo hice. Lo que pasa es que lo ocultamos con el “es jugando”,
“es por cariño”, “es echando broma” ¡es que somos tan “chalequeadores”!
¿Acaso olvidamos cómo nuestros
programas cómicos como Radio Rochela o Bienvenidos se burlaban de los
extranjeros? ¿Qué no los españoles eran todos gallegos y brutos como Manolo?
¿Qué no todos los portugueses eran dueños de Panaderías o Charcuterías? ¿Qué no
todos los árabes son avaros y codiciosos y eran dueños de mueblerías? Vuelvo y
repito, miren la foto de arriba. Eran los estereotipos de los extranjeros en
Venezuela. ¿Por qué tuvimos que simplificar? ¿Por qué nos burlábamos? ¿Por
cariño? ¿Por echadera de broma? ¡Sigan creyendo!
Ahora que nos tocó migrar, lamentablemente,
se ha exportado un patrón de conducta: El venezolano no respeta las leyes del
país que lo acoge, se cree más que los demás, quiere hacer lo que le da la gana
y, cuando lo llaman a capítulo, grita ¡xenofobia!
¡No, señores! Que un país ponga
sus reglas no es xenofobia. Que un país no te permita mal comportamiento, que
no te permita violar la ley o evadir impuestos, tener que pagar el costo real
de los servicios, trabajar un horario extendido, exigir tu documentación legal…
no es xenofobia. Si se dan casos, pero no es general. La mayor cantidad de las
quejas es de la gente que emigró porque “aquí están mal las cosas” pero ellos quieren seguir haciendo lo mismo
que hacían mal aquí.
Y para que vean que sí es
xenofobia y clasismo, hasta ahora no he visto al primer migrante criollo en
EEUU quejarse de explotación laboral, de tener que trabajar hasta 18 horas al
día... ¡Porque es EEUU! En cambio con los otros países de América Latina…
Tristemente, el criollo carece de
eso que llaman humildad. Venezuela le debe mucho a la ola migratoria Europea
del siglo XX. Esa gente llegó a crear las grandes empresas que aún existen hoy
día. Hay que reconocerlo.
No sigamos pretendiendo ser
víctimas. A nosotros no nos deben nada. Si nos toca salir, respetemos. Sólo
debemos luchar porque se nos reconozcan los derechos establecidos
universalmente. Nada de privilegios. Humildad y respetar las leyes de los
países que nos recibe es un buen comienzo. Ya basta de etiquetar y simplificar.
Seamos abiertos al nuevo país, aprendamos de su cultura y de su gente. Nada de
obligarlos a comer arepas y tequeños y de decirles que tenemos las mejores
playas del mundo. Sin importar la circunstancia que nos obligó a salir, seamos
abiertos a lo nuevo. Y, como primer paso para combatir la xenofobia y el
clasismo, reconozcamos que también lo fuimos y podemos seguir siéndolo, aun
estando afuera.